Por qué decidimos crear LUZ
"Hay una mirada que algunos niños llevan en los ojos—una forma silenciosa de esconderse. Al principio no se nota. Pero una vez que la ves, nunca la olvidas."
Durante años trabajé con estudiantes desde Kindergarten hasta Segundo Grado, apoyándolos en lectura, decodificación, fluidez, matemáticas... Acompañé a docentes, diseñé planes de aprendizaje personalizados y celebré cada pequeño logro con la alegría que merecía. Los estudiantes con dificultades siempre formaban parte del aula. Pero en el año 2022, todo cambió.
Ese año tuve una clase de primer grado con 18 estudiantes. La mayoría estaba avanzando con entusiasmo. Levantaban la mano con ilusión y solo necesitaban orientación para seguir creciendo. Pero hubo tres niños —tres almas inolvidables— que transformarían por completo mi manera de entender la educación. Para proteger su privacidad, los llamaré María, Alejandra y Luis.
María
María nunca me miraba a los ojos.
Cuando llegaba el momento de trabajar con fonética o gramática, levantaba la mano en silencio para ir al baño. Sus ojos solían estar bajos, sus manos inquietas. Pero yo me daba cuenta. Siempre me daba cuenta.
Era una pequeña artista. Sus dibujos eran hermosos y llenos de emoción. Comencé a construir confianza, día a día. Le dije a la clase: “Su trabajo es aprender. El mío es enseñar. Y si algo de lo que digo no tiene sentido, es mi responsabilidad encontrar una mejor manera—su manera.” Es una práctica común en mis clases, pero esta vez lo decía intencionalmente por María. Y ella me escuchó.
Poco después, comenzamos con tutorías. Le pedí permiso a su mamá para quedarme con ella después de clase. Su madre accedió. María venía todos los días, en silencio, pero decidida. Hacía cada actividad que le proponía. Practicaba cada sonido. Escribía cada palabra. Y comenzó a mejorar.
Hasta que una tarde, su madre vino a recogerla. Se rió y dijo: “¿Cómo está mi burrita?” Y mirando directamente a María, añadió:
“No sé qué pasó. Mis otros hijos salieron bien. Ella simplemente es la más lenta.”
Sentí un nudo en el estómago. María escuchó cada palabra. Su madre intentaba ser cruel, en su voz se percibía que estaba avergonzada, es como si estuviera pidiendo disculpas por la diferencia de su hija como si fuera un defecto.
Le sonreí con suavidad y le dije:
“Por favor, no la llame así. Ella es increíblemente inteligente. Trabaja más que nadie. El problema no es ella—somos nosotros. Aún no hemos encontrado su camino. Pero lo haremos.”
Al día siguiente, me senté junto a María y le dije:
“No estoy de acuerdo con lo que dijo tu mamá. Tú no eres lo que ella te llamó. Tú eres inteligente. Y lo vamos a demostrar—juntas. Pero necesito que confíes en mí y hagas todo lo que te pida. ¿Lo harás?”
Ella no respondió. Solo rompió en llanto y se lanzó a abrazarme. Tenía seis años.
Desde ese día, fuimos un equipo. Trabajamos sonidos, sílabas, líneas, descomponiendo el lenguaje parte por parte—y reconstruyéndolo de una manera que tuviera sentido para ella. No había libro de texto.No había programa preestablecido. Solo nosotras dos—y un método que fui creando sobre la marcha.
Pasaron las semanas. María pasó de no leer a alcanzar el Nivel 8.
Y un día, durante la clase de gramática, ocurrió algo mágico. María me miró, sonrió y asintió con suavidad. Levantó la mano. Quería leer. Y lo hizo. Leyó la oración completa en voz alta, frente a toda la clase—por primera vez. El aula estalló en aplausos. Todos los niños la aplaudieron. La animaron. Ella brillaba. Ya no se escondía.
María siguió creciendo. Comenzó a terminar su trabajo antes de tiempo, a pedir palabras nuevas, a escribir historias. Cuando su mamá vino a hablar conmigo después, me dijo: “No sé qué pasó. Ahora siempre está leyendo. Siempre está trabajando. Gracias.”
Yo solo sonreí. Y miré a María.Y supe—para esto estamos aquí.
Al final del año, María alcanzó el Nivel 20, el estándar esperado para su grado. Pero lo más importante fue que empezó a creer en sí misma.
LUZ nació de ese camino.
Fue creada para las Marías del mundo: para esas niñas y niños mal etiquetados, mal comprendidos, y demasiadas veces olvidados—no porque no puedan aprender, sino porque aún no les hemos enseñado de la forma en que lo merecen.
Alejandra
Alejandra entró a mi clase envuelta en ese tipo de silencio que se adhiere a un niño como una armadura.
Tenía una dificultad visible en el habla, una que hacía casi imposible articular palabras completas. La mayoría de los adultos no podían entenderla. La mayoría de los especialistas no lograban conectar con ella. Pero sus compañeros… de alguna manera, ellos siempre sabían lo que quería decir. Los niños tienen esa forma hermosa e intuitiva de escuchar más allá de las palabras. Se acercaban, traducían su intención y completaban los espacios que los adultos ya habían dejado de intentar descifrar.
No quería que se sintiera diferente. Así que, desde el principio, le conté a toda la clase un secreto inventado:
“¿Saben? Yo soy parcialmente sorda. Así que si alguna vez les pido que repitan algo, no es su culpa—es solo que necesito un poquito más de ayuda.” Ese secreto le dio a Alejandra espacio. Le dio dignidad.
En ese momento, Alejandra estaba recibiendo ayuda de diferentes especialistas… en inglés. Pero ella no hablaba inglés.
Note que cuando yo dictaba lentamente en español, podía escribir bastante bien. Pero en escritura libre, sus palabras eran casi inteligibles. Su habla, su escritura, su aprendizaje… todo estaba siendo evaluado con herramientas que no reflejaban quién era ella realmente. Así que decidimos cambiar las reglas. Me apoyé en sus fortalezas y construimos un camino que tuviera sentido para ella. Ibamos a aprender a leer desde la escritura. Empezamos despacio. Muy despacio.Descompuse cada palabra en sílabas—las sílabas en español, son la unidad base de nuestra lengua—y practicamos una y otra vez.
Al principio, yo hablaba y ella escribía. Era cautelosa, precisa. Su rostro se iluminaba cada vez que lograba unir la consonante y la vocal de una sílaba. Formábamos patrones, conectábamos sonidos con el objetivo de escribirlo. Luego lo invertimos: yo decía una palabra, ella la repetía—despacio, con intención, pronunciando cada sonido de forma correcta—y la escribía, una sílaba a la vez.
Y semana a semana, ocurrió algo increíble. Ganó velocidad. Seguridad y fluidez oral. Ya no necesitaba tanto apoyo.Las sílabas se volvieron palabras. Las palabras, oraciones. Y las oraciones empezaron a tener sentido—para ella, para mí, y para todos a su alrededor.
Al final del año escolar, Alejandra pasó de no saber leer a alcanzar el Nivel 18, ciertos sonidos aún le eran difícil, sonidos aislados en toda la producción oral.
Una de las situaciones que mas recuerdo sobre Alejandra fue una reunion con el panel de especialistas en su reunión anual de IEP.
La especialista estaba considerando recomendar que la colocaran en una institución especializada para educación especial y deficiencias cognitivas. Alegaba que Alejandra no podía responder preguntas sencillas, identificar elementos clave de un texto, ni hablar con claridad sobre sí misma.
Me quedé paralizada.
La verdad era que Alejandra sí podía hacer todas esas cosas. Pero solo en el idioma que hablaba. Y ninguno de los profesionales que la estaban evaluando hablaba español. Había sido mal intervenida por el mismo sistema que debía protegerla—penalizada no por su dificultad, sino porque estaba siendo atendida en un idioma que no era el suyo. Y estoy segura que los especialistas buscaban la mejor alternativa para Alejandra.
Su madre estaba aterrada. La idea de enviar a su hija a una escuela que no comprendiera sus verdaderas necesidades no la dejaba dormir. Cuando escuchó cuánto había avanzado Alejandra en nuestro salón, lo lejos que había llegado, sus ojos se llenaron de lágrimas. Cuando vio que mi acción fue la de darle voz sus pensamientos me miró y me dijo: “Gracias, maestra”.
La historia de Alejandra es la razón por la que existe LUZ.
Porque ningún estudiante debería ser “arreglado” por un sistema que nunca habló su idioma.
Porque las intervenciones no deberían alejar a los niños del aula—deberían acercarlos.
Porque todo niño—sin importar su habla, idioma o perfil de aprendizaje—merece ser comprendido primero, antes de ser evaluado.
LUZ fue creado para asegurar que ningún niño como Alejandra vuelva a ser mal etiquetado. Nunca más.
Luis
Luis era el tipo de estudiante que te hace detenerte y pensar: aquí está ocurriendo algo más grande.
Casi no hablaba. No porque no quisiera, sino porque hablar, en sí mismo, le resultaba difícil. Sus palabras salían en fragmentos, a veces inteligibles, otras veces… simplemente no salían.
No escribía—al menos, no en el sentido tradicional. Cuando le daban una hoja con líneas, dibujaba círculos, líneas, espirales—por todas partes—y luego los borraba, los volvía a hacer, una y otra vez. No había forma, ni estructura. No seguía las líneas, no trazaba figuras, ni siquiera intentaba formar letras. Rechazaba por completo la práctica, tanto en la escuela como en casa. Letras, sílabas, fonética—cerraba todas esas puertas.
Pero amaba las matemáticas. No solo las amaba—sobresalía en ellas. Hacía cálculos mentales rápidos, tenía un excelente sentido numérico—era uno de los más veloces de la clase. Durante las actividades grupales de resolución de problemas, levantaba la mano incluso antes de que yo terminara de leer la consigna.
Las matemáticas le daban confianza. El lenguaje, en cambio, se la había arrebatado.
Intenté todo lo que me había funcionado con otros estudiantes. Lo motivé, diseñé un plan de intervención completo, que regresaba a lo más básico: cómo trazar una línea, formar una curva, hacer un círculo con intención.
Tuvimos que deconstruir y reconstruir su comprensión de los símbolos. Incluso escribir su propio nombre era un desafío.
Me senté con su madre. La formé personalmente en el programa que creé para él. Le expliqué el orden, el porqué, la investigación detrás. Lo organicé todo en una carpeta, paso a paso, y le pedí que se comprometiera a trabajar con él en casa, mientras yo lo apoyaba desde la escuela. Ella aceptó. Cada día trabajábamos juntos, desde ambos frentes, ayudando lentamente a que Luis entendiera las letras como antes había entendido los números.
El progreso fue lento. Pero llegó.
Al finalizar el año escolar, Luis podía:
— Escribir dentro de las líneas (algo que antes ni siquiera intentaba)
— Formar letras claras y redactar oraciones simples
— Leer en el Nivel 8 —un avance enorme desde donde comenzamos
No, no alcanzó el nivel oficial de lectura esperado para Primer Grado. Pero si supieras dónde empezó, entenderías que lo que logró fue, sin duda, extraordinario.
Con Luis también sucedió algo particular, en una reunion con los especialistas hubo una argumentación sobre la capacidad de Luis de comprender un texto, y las mismas alegaban que de poder comprenderlo no podía ser diagnósticado con dislexia. No consideraban ni siquiera evaluarlo. Y estábamos hablando de un niño que a los 7 años en 1er grado no podía escribir su nombre completo. Me detuve. Y empecé a hacer preguntas y a refutar las respuestas con bases científicas.
Mencioné investigaciones sobre las diferentes formas de manifestación de la dislexia, como hay formas infinitas de expresión de la misma, cómo la dislexia se manifiesta de forma distinta en español, cómo la comprensión no descarta un trastorno de decodificación. Pero el problema real siempre nos lleva al mismo punto muchos de los especialistas no hablaban español, y hacen lo mejor que pueden según el entrenamiento que reciben.
En ese momento comprendí la profundidad del problema. Muchos educadores y especialistas son formados bajo marcos monolingües. Se les enseña a identificar señales de dislexia según el funcionamiento del inglés—pero los estudiantes bilingües, especialmente los hispanohablantes, presentan indicadores distintos. Y necesitan herramientas diferentes.
Esa reunión fue un punto de inflexión para mí.
Por Luis, tomé una decisión que cambió mi vida: Volvería a estudiar. No solo para entenderlo a él, y poder llenar todas mis preguntas de cómo ayudarlo y cuál era la causa de este grupo de síntomas; sino para luchar por estudiantes como él.
Me formé en Neuropsicología Clínica. Obtuve preparación avanzada en Dislexia y Discalculia. Y estudié en España—donde se habla el español de forma auténtica.
Luis no le falló al sistema. El sistema le falló a él. Él tenía—y tiene—una brillantez dentro de sí. Pero sin las herramientas, el lenguaje ni las evaluaciones adecuadas, estuvo a punto de ser descartado.
LUZ fue creado para asegurar que eso no vuelva a ocurrir.
Para cada estudiante mal evaluado, mal etiquetado o ignorado porque las herramientas no fueron diseñadas para ellos, estamos construyendo una alternativa mejor.